JUNIO 2007
ECOSOFIA
La filosofía unida a la tierra
Si damos un paso más allá de la ecología nos podemos
encontrar con algo diferente, un nuevo espacio conocido como ecosofía.
Una manera de pensar y de actuar que supera nuestro antropocentrismo
para vivir en concordancia con la naturaleza. Gracias a esta filosofía
nos daremos cuenta que pueden contaminar más nuestras palabras y
pensamientos que la basura que generamos.
Texto: Marta Iglesias / Fotos: Nan
Sin duda la ecología
es la ciencia que en el siglo pasado tuvo en cuenta al planeta, y en su
visión más profunda contó con la ayuda inestimable de James Lovelock, el
científico que bautizó a la Tierra como Gaia, mostrándola como un
organismo vivo capaz de autorregularse. Pero no fue el único sensible a
un planeta con vida propia. Todos los pueblos que se mantuvieron unidos
a las raíces de la tierra, sabían que el hombre es uno más de los hijos
de la Madre Universal. Ni más ni menos que cualquiera de las otras
formas de vida, y como tal debía comportarse e integrarse en su entorno,
aportando sus propias características a lo existente. Tras una gran
vuelta en la espiral de la evolución humana, la ecosofía nace con el
objetivo de volver a estos orígenes sin los que es imposible progresar.
En palabras del periodista y filósofo Alex Escamilla, "la ecosofía es un
modo de estar en el mundo, de percibirlo. Un saber práctico que
transforma nuestra conciencia y nos integra a la unidad de la vida,
haciendo del sujeto-objeto-medio un continuo. Es también una ampliación
de nuestra sensibilidad que implica un cambio de perspectiva,
absolutamente necesario para superar las aparentes contradicciones que
nos rodean. No puede ser otra cosa que una profunda filosofía. Por eso,
hablar del saber ecosófico es hablar también de buena educación, la que
nos ayuda a autorrealizarnos en un medio respetuoso y responsable con
las lógicas de lo vivo".
Cómo
llegar a la ecosofía
La ecosofía propone
frenar
el hambre y la deforestación, pero también construir nuevas
relaciones que nos lleven a un futuro diferente. |
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La mayoría de
sus seguidores la han descubierto tras advertir que los valores
materialistas y consumistas del siglo XX, son parciales y
autodestructivos. No contemplan a la globalidad planetaria, y tienen un
tiempo limitado. Se autofagocitan. Unos han llegado a esta crisis de
valores viendo el entorno, otros mirando su interior. Los primeros
observando la destrucción del paisaje, la tala de bosques, la extinción
de especies, el calentamiento global. Los segundos advirtiendo que
nuestra falta de valores no tiene en cuenta a todos los pueblos, o que
nuestro nivel y ritmo de vida terminará con nuestra salud mental. La
búsqueda de unos y otros se ha dirigido a una visión del mundo más
amplia y más profunda. Y muchos han encontrado en la ecosofía las
respuestas a sus preguntas, ya que hay quien la define como "una
auténtica ecología de la mente"; la unión del planeta y sus criaturas,
de cuerpo y mente, de principio y fin. Sus defensores creen que todas
las ciencias y las artes desarrolladas hasta el momento pueden confluir
para lograr que convivamos armónicamente en el planeta, junto a todas
las criaturas que lo habitan. Por ello Alex Escamilla afirma que "el
desplazamiento que se produce entre la ecología y la ecosofía implica
una transición de la ciencia a la sabiduría. La ecología es una
aproximación a una necesitada revolución, pero desde la perspectiva
ecosófica se le añade la visión cosmológica necesaria para iniciar un
verdadero proceso de cambio. Porque la ecosofía reflexiona también sobre
nuestras costumbres, sobre nuestra manera de habitar la Tierra, y sobre
nuestra manera de admirarla. Una mirada científica, político-ética y
estética. En este sentido, el pensamiento del siglo XXI deberá ser
ecosófico.
Una
mirada distinta
La ecosofía no descubre nada
que no haya alrededor. Más bien lo reinterpreta, lo traduce en otro
lenguaje, nos muestra una nueva visión sobre lo ya existente. Toma como
base la ecología más profunda y nos ofrece una mirada en la que la
tierra es nuestra casa y nosotros sus huéspedes temporales. Vivir la
ecosofía se traduce, pues, en saber habitar el planeta, a retomar
nuestro entorno y dotarlo de auténtica vida. Ello abarca desde el
cuidado de un bosque, o de un animal, hasta la renovación de nuestras
relaciones y pensamientos.
Alex Escamilla lo resume diciendo que "el cambio debe hacerse desde uno
mismo. Convertirnos en los jardineros de nuestras vidas. Pero también
debe hacerse sintiéndonos parte de un todo. Muchas de las cosas que
adquirimos, demasiadas actividades que realizamos, no nos ayudan a
potenciar nuestras capacidades como seres pertenecientes a una comunidad
viva, y en cambio sí perpetúan una cultura basada en la explotación del
hombre y la naturaleza".
Comencemos entonces por mirar de un modo diferente, observando lo
pequeño, el detalle, lo infravalorado. Porque esas pequeñas piezas a las
que no damos importancia son las que conformarán luego el gran puzzle.
Para ello es esencial despertar nuestros sentidos dormidos y volver de
nuevo a escuchar y a mirar. Los filósofos de esta corriente nos dan
cuatro puntos en los que fijar nuestra atención: el científico, el
emocional, el práctico y el espiritual. Esta corriente se nutre de
aquellos conocimientos científicos que facilitan la comprensión del
mundo que nos rodea, y que buscan interrelacionarse unos con otros para
no parcelar el saber. En el ámbito emocional desarrolla nuevas maneras
de relacionarnos con nuestros congéneres, cultivar los sentimientos
singulares que eviten la uniformidad que nos inculcan, y apostar por los
pensamientos positivos. El campo práctico de la ecosofía no puede
separarse de la acción y la coherencia vital, mientras que en su
vertiente espiritual propone conectar con el universo en cada cosa que
vemos, haciendo las paces con la tierra y observándola como ser vivo del
que formamos parte y no como objeto.
Interrelacionando todo ello se perfila el lenguaje como punto clave: "La
ecosofía es una ecología profunda que denuncia también la polución que
se produce en nuestras mentes, en el lenguaje. Habitamos también un
espacio vivo de palabras cuyos significados soportan las presiones de
los valores dominantes. En la economía, en la política, en nuestra
cultura, aparecen o se redefinen conceptos y palabras que introducen
ruido en este complejo sistema de comunicación con el que pretendemos
alumbrarnos. Y junto a las palabras, seguimos polucionando nuestro
ecosistema simbólico con imágenes precocinadas y distribuidas para
modificar nuestra sensibilidad y nuestra relación con la verdad. La
ecosofía plantea también esta cuestión como un problema ambientalista".
Ante tanto cambio personal
pendiente, ante la necesidad de unir tantas ciencias con el espíritu,
ante la contaminación mental y lingüística, la ecosofía se encuentra
ante un reto, que Escamilla define claramente: "La tarea más complicada
que el pensamiento ecosófico debe realizar es la elaboración de un
proceso que gestione el cambio. Aportar estrategias psicológicas y
sociales, científicas y culturales, para volver a recuperar el
instintivo gusto por las satisfacciones auténticamente humanas. Todo lo
que pueda pagarse con dinero no vale nada en comparación con lo que no
tiene precio". No se trata ahora de volver al medievo, de renunciar a la
tecnología y al conocimiento, sino de adaptar ambos a nuestra vida y no
al contrario. Hay quien ya no recuerda qué se siente al pisar la hierba
con los pies descalzos, lo que significa viajar sin tener presentes los
problemas cotidianos o simplemente disfrutar de una buena conversación
sin límite de horario. En ese sentido, la ecosofía propone trabajar a
escala planetaria, pero revalorando todo lo local; frenar la
deforestación pero también desechar la repetición en nuestras vidas;
fundir antropocentrismo con globalidad; rebelarse contra la cultura
heredada y crear una nueva realidad. Como personas que piensan en la
mejor marcha del planeta, la lucha contra el hambre se convierte en una
prioridad, sin dejar de lado la construcción de nuevas relaciones que
nos lleven a un futuro diferente, aún por construir.
"La tarea más complicada de
la ecosofía es la elaboración de un proceso que gestione el
cambio" |
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El
hombre, un microcosmos en conflicto
Si compartimos el
conocimiento de que Gaia es un ser vivo que se autorregula, y aplicamos
a ello la máxima filosófica que dice que ‘como es arriba es abajo’, lo
lógico es pensar que nosotros funcionamos igual que el planeta y podemos
autorregularnos. Sin embargo nuestra vida es una mezcla de estrés,
dificultad para relacionarnos con nuestros semejantes y nuestro entorno,
múltiples enfermedades psicosomáticas generadas por nuestra mente,
pensamientos negativos, falta de realización en el trabajo... Y ante
ello mucha apatía y poca acción. Algo que precisamente es el gran
enemigo de esta nueva ciencia, porque "sin unir el conocimiento a la
acción personal simplemente no será ecosofía -puntualiza Escamilla-.
Acumular conocimiento no significa sabiduría. Ese es el giro que se
pretende, la emergencia de un nuevo estado de conciencia que permita la
autorrealización, el permanecer en la existencia dotándola de sentido".
El futuro se presenta desde esta ecología profunda como esperanzador,
porque pone en nuestras manos la posibilidad de un cambio de rumbo.
"La concepción espiritual y cosmológica de la ecosofía ofrece la
posibilidad de contemplar el universo como un todo que se origina en
cada uno de nosotros -explica Escamilla-. Debemos pensarnos un centro
cualquiera de este multiuniverso que se expande a partir de lo que somos
y, a la vez, sabernos un reflejo de ese orden, un microcosmos". §
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